PORTUGAL EN EL ÍNDICO (II): La lucha de Portugal contra el Islam en las aguas del Índico (1502 – 1514)
Habiendo llegado a la costa occidental del subcontinente indio en 1498, Vasco da Gama y su tripulación regresaron a Portugal en el verano de 1499.
1.-La expedición de Cabral y la segunda expedición de Vasco da Gama a la India
Al primer viaje de Gama le siguió otro, que zarpó sólo seis meses después de la llegada de Vasco da Gama a la desembocadura del río Tajo, en marzo del año 1500, esta vez dirigido por el noble portugués Pedro Álvares Cabral. El objetivo de esta expedición era instalar un puesto comercial permanente. Trece naves, mil doscientos hombres e inversión de banqueros genoveses y florentinos. El objetivo, como en todas las anteriores expediciones, era la guerra santa contra el Islam y el comercio. Fue un enorme esfuerzo nacional, partiendo de un reino tan pequeño y poco poblado como Portugal. Buscaban ahora establecerse definitivamente en puertos índicos y consolidarse en la costa india. Una delegación de frailes franciscanos se sumó a la tripulación con el fin de instruir a los indios en la fe “para la salvación de sus almas”.
Con su excelente prosa, Roger Crowley describe así la partida: “Hubo una misa penitencial y la bendición del estandarte real, blasonado con cinco círculos que simbolizan las llagas de Cristo. Esta vez fue Manuel quien se lo entregó a Cabral; a continuación, la procesión fue encabezada por los frailes, «y el rey se dirigió con ellos a la playa, donde estaba reunido todo el pueblo de Lisboa». Manuel acompañó a la flota en barco hasta la desembocadura del Tajo, donde las naves que partían sintieron el golpe del mar y viraron sus proas hacia el sur”.
Navegando hacia el oeste para circunnavegar el continente africano, la expedición llegó inesperadamente a la costa brasileña. Siguiendo a los cronistas, Crowley explica cómo los portugueses percibieron a los habitantes – desnudos – muy diferentes a las tribus que habían encontrado en las costas africanas. Personas pacíficas a las que se propusieron convertir a la fe verdadera. Este lugar, al que bautizaron como la Tierra de la Vera Cruz, tenía abundante agua y fruta, y animales extraños. Se envió una embarcación de vuelta a Portugal con noticias para el rey Manuel sobre la tierra descubierta. El resto de la expedición puso rumbo este, hacia el extremo sur del continente africano, y comenzaron a ascender por la costa índica, con el fin de llegar a Calicut, en la India. Las instrucciones del rey portugués a Cabral eran claras: establecer relaciones amistosas con el gobernante de Calicut – quien Vasco de Gama había entendido que era cristiano, si bien algo particular – y hacer la guerra al Islam: “Si encontráis en el mar barcos que pertenezcan a los musulmanes de La Meca antes mencionados, debéis esforzaros todo lo que podáis por apoderaros de ellos, de sus mercancías y propiedades y también de los musulmanes que se encuentren en los barcos, para vuestro beneficio lo mejor que podáis, y hacerles la guerra y causarles el mayor daño posible como pueblo con el que tenemos una enemistad tan grande y antigua”. Estas instrucciones serían estables para todas las expediciones portuguesas hacia el este. Los portugueses tenían permiso del papa y buscaban cumplir el mandato de Dios de bautizar a todos los pueblos. Además, la munición portuguesa era infinitamente superior a la de sus adversarios en las costas del Océano Índico.
La comunicación con el gobernante de Calicut se mostró muy difícil y repleta de malentendidos. De su parte estaban comerciantes árabes, acostumbrados al comercio en esos puertos, que batallaron contra las pretensiones portuguesas. En una dura lucha en tierra, murieron más de sesenta portugueses, incluyendo a algunos frailes franciscanos, los conocidos como primeros mártires cristianos en la India. Las negociaciones con el gobernante indio fracasaron. Los portugueses arrasaron la ciudad de Calicut y se establecieron también en el puerto de Cochin (actual Kochi). Ésta fue la primera de una larga batalla por la fe y el comercio que comenzaba en el Océano Índico.
En aquellos momentos, entrando en un juego de fuerzas por el control de la tierra y el comercio entre hindúes, musulmanes y los recién llegados portugueses, fue cuando por fin conocieron a los primeros cristianos indios: dos sacerdotes de la cercana Cranganore (Kodungallur) se dirigieron a los barcos portugueses. Se dice que el apóstol Santo Tomás había llegado a la India y allí había comenzado una pequeña comunidad cristiana desde los primeros siglos de la Iglesia.
Al regreso de Cabral a Lisboa, en el verano de 1501, con la mitad de la flota con la que partió, el rey Manuel tenía ya preparada la siguiente expedición. Acumulaban ya un exhaustivo conocimiento del funcionamiento de mareas y vientos, así como de los puertos y pueblos que encontraban, lo cual permitía estar cada vez mejor preparados. Al mismo tiempo, los portugueses estaban ganando la partida en el comercio de especias a los venecianos, que las compraban de intermediarios musulmanes en el puerto egipcio de Alejandría. Eliminando a los intermediarios y obteniendo las especias directamente de la fuente, los portugueses estaban en posición de establecer el monopolio comercial y marcar los precios.
La situación en Calicut, sin embargo, era difícil para Portugal: el gobernante hindú, aliado ahora con los musulmanes, masacró a los portugueses establecidos en el puesto comercial y lo eliminó.
En 1502, Cabral se negó a zarpar de nuevo y el rey envió a Vasco da Gama hacia la India, esta vez con veinte naves y con instrucciones de venganza sobre el rey de Calicut y de expulsar definitivamente a los musulmanes de las rutas comerciales índicas, además de restablecer los puertos comerciales de Calicut y Kochi. Era el tiempo de la diplomacia de cañones, en palabras de Roger Crowley, convencidos como estaban los portugueses de la superioridad de su artillería. La nueva expedición se preparó con los ya habituales rituales de partida. En la misa celebrada en la severa catedral cruzada de Lisboa, Gama recibió formalmente su título de almirante de las Indias y fue ataviado con los símbolos del imperio y la guerra. Vestido con una capa de satén carmesí y adornado con una cadena de plata, con una espada desenvainada en la mano derecha y el estandarte real en la izquierda, se arrodilló ante el rey, que le puso un anillo en el dedo.
Los portugueses querían tanto comerciar en las costas orientales de África como establecer allí puntos de apoyo seguros como estaciones de paso para el reabastecimiento y reagrupamiento de las flotas dispersas por el turbulento paso del Atlántico. Tras las tensas negociaciones y la desconfianza mutua que habían perseguido a Gama en su primera visita a Mozambique y Mombasa, está claro que había decidido adoptar un enfoque más enérgico. Se impacientaba ante los matices y las veleidades de la diplomacia oriental y confiaba en que los cañones europeos podían imponer respeto. También se dio cuenta de que el monzón era un capataz inflexible.
2.-Portugal y la crisis del sistema comercial del Océano Índico
Vasco da Gama visitó primero Sofala y Mozambique, donde la habitual ronda de sospechosos intercambios de rehenes y desembarcos con armas ocultas permitió comprar algo de oro con bastante buen talante. Pero su principal objetivo, Kilwa, el puerto comercial clave de la costa, había recibido a Cabral con frialdad. Gama llegó con toda su flota de veinte barcos, banderas ondeando y una salva de disparos de sus bombardas para declarar la magnificencia y el poder de la corona portuguesa.
Gama exigió el derecho a comerciar con oro y un generoso tributo anual al rey de Portugal, en reconocimiento de cuyo señorío los sultanes de las ciudades costeras también debían enarbolar la bandera real. La llegada de los portugueses, con su mentalidad de monopolio comercial y lucha contra el Islam, significó una gran crisis para el sistema swahili de comercio multi-focal y sin monopolios. En palabras de Roger Crowley, “Las potencias ibéricas que se habían repartido el mundo en Tordesillas en 1494 estaban condicionadas a creer en el monopolio comercial y en la obligación de la cruzada”.
La travesía del océano Índico transcurrió sin incidentes, y el 20 de agosto toda la flota estaba en las islas Anjediva. A principios de septiembre, Gama estaba en el monte Deli. La lucha contra musulmanes e hindúes se recrudeció desde entonces a lo largo de la costa occidental india, conocida como “costa malabar”. Los habitantes y comerciantes de la costa se habían dado cuenta para entonces que los portugueses no estaban de paso el lugar. Sus expediciones se habían convertido en empresas anuales y buscaban establecer enclaves comerciales permanentes. Además, los portugueses insistían en la expulsión de los comerciantes musulmanes de las rutas comerciales, algo a lo que al parecer los gobernantes hindúes no estaban en condiciones de plegarse. Tampoco estaban acostumbrados a la violencia portuguesa. Gama sitió Calicut y atacó, sin disposición a negociar más, y en febrero de 1503 emprendió el viaje de retorno a Lisboa, dejando dos puertos comerciales en la costa malabar: Cannanore y Cochin.
Los portugueses empezaron a introducir un sistema de peaje para la navegación a lo largo de la costa malabar; expedían salvoconductos que garantizaban la protección de los navíos de las potencias amigas. Se trataba de un impuesto sobre el comercio. Con el tiempo, obligaría a la marina mercante a comerciar en puertos controlados por Portugal y, además, a pagar sustanciosos derechos de importación y exportación. Los salvoconductos, llamados cartazes, llevaban estampadas las imágenes de la Virgen María y de Jesús, y supusieron un cambio radical en el Océano Índico. Con la llegada de los europeos, el mar dejó de ser una zona de libre comercio. El sistema de cartaz introdujo el concepto ajeno de aguas territoriales, un espacio politizado controlado por la fuerza armada y la ambición portuguesa de dominar el mar.
En 1503, siguiendo el ritmo de los monzones, llegó una nueva expedición a la costa malabar, comandada por Afonso de Albuquerque, un hombre de extensa trayectoria de lucha contra el Islam en el Mediterráneo. Con él se embarcaron su hermano Francisco y Duarte Pacheco Pereira. Tenían orden de cargar las naves de especias y volver a Portugal. Sin embargo, la precaria situación de su puerto comercial en Cochin les hizo actuar de manera diferente a lo instruido por el monarca Manuel: tenían que reconstruir el fuerte. El primitivo fuerte, de planta cuadrada, con una empalizada de tierra y madera y una tosca torre del homenaje de piedra, tardó poco más de un mes en construirse. Era, según el cronista Empoli, «muy fuerte… con profundos fosos y fosos a su alrededor, y bien guarnecido y fortificado». Marcó un hito importante en la aventura imperial portuguesa”. Fue el primer punto de apoyo sólido en suelo indio, y su finalización se celebró auspiciosamente con toda la ceremonia que se podía reunir el día de Todos los Santos, el 1 de noviembre de 1503. Vestidos con sus mejores ropas, con banderas ondeando en las murallas, asistieron a una misa solemne.
Los hermanos Albuquerque, sin embargo, estaban lejos de armonizar en las decisiones, produciendo una crisis en la delegación portuguesa que se fue agravando. Tuvo que intervenir un fraile para mediar. Francisco quería que el fuerte se llamara Albuquerque, mientras que Afonso, muy vinculado a las ideas mesiánicas del rey Manuel, quería llamarlo como el monarca; finalmente, se impuso la idea del segundo. Cuando partieron de vuelta hacia Lisboa cargados de especias, Duarte Pacheco Pereira permaneció en el fuerte con una pequeña tropa, dispuesto a consolidar la presencia portuguesa contra los continuos intentos de rearme local y ataque al puerto de Cochin. Pereira resistió los continuos ataques del rey de Calicut y logró consolidar el fuerte. En otoño de 1504 una nueva flota portuguesa llegó a la costa malabar. Hindúes y musulmanes comenzaron a pensar que los portugueses eran invencibles, y los comerciantes islámicos se retiraron de muchos puertos comerciales índicos. Los portugueses comenzaron el año 1505 con la confianza de ocupar permanentemente la costa malabar.
La presencia portuguesa y su sistema de monopolio comercial alteró enormemente las redes comerciales índicas; y no sólo en el subcontinente indio, sino también en la costa swahili, las orillas orientales de África.
La riqueza enorme que generaba la expedición portuguesa revirtió en la transformación de Lisboa, capital del Imperio. A partir del año 1500, en palabras de Roger Crowley, se construyó un nuevo palacio real a orillas del río Tajo. Junto a él se desarrolló la estructura administrativa imperial: la Casa de la India, el arsenal y demás departamentos.
El monopolio portugués del comercio estaba perjudicando a los mercaderes venecianos, que jugaron un más que discutible rol de alianza con el sultán de El Cairo, quien amenazó a los portugueses con destruir los lugares santos de Jerusalén si no abandonaban su empresa imperial en el Índico.
3.- 1505: Lisboa cambia de estrategia
El 27 de febrero de 1505, el rey Manuel envió una carta «a todos los implicados en el negocio de la India» que decía así: «…que por esta nuestra carta de autorización como constancia, que nosotros, por la mucha confianza que tenemos en Don Francisco d’Almeida… le damos cargo como capitán mayor de toda la dicha flota y armada y de la dicha India y que permanezca en posesión de ella por tres años». En esta carta se desplegaba una estrategia nueva, un ambicioso programa a largo plazo: establecer un Imperio permanente en la India respaldado con fuerza militar y ganar control de todo el comercio en el Océano Índico. El rey de Portugal se había dado cuenta de que los retrasos en las comunicaciones hacían poco práctico el control desde Lisboa, por lo que decidió delegar en un representante elegido y cederle el bastón de mando el tiempo suficiente para que se pusieran en práctica planes eficaces.
Aunque las instrucciones del rey también pretendían dejar a Almeida cierta libertad de acción ante eventualidades imprevistas, en la práctica imponían una rígida agenda. Manuel nunca había visto ni vería el mundo cuya conquista exigía, pero el regimiento revelaba un asombroso conocimiento de los puntos de estrangulamiento del océano Índico y una autorizada visión geoestratégica para controlarlos y construir su propio imperio. La rapidez de los descubrimientos fue asombrosa: siete años después de su irrupción en el nuevo mundo, los portugueses comprendían cómo funcionaban los veintiocho millones de millas cuadradas del océano Índico, sus principales puertos, sus vientos, el ritmo de sus monzones, sus posibilidades de navegación y sus corredores de comunicación… y ya miraban hacia horizontes más lejanos. La flota de Almeida era enorme: veintiún navíos y mil quinientos hombres enrolados, que constituían un microcosmos de la sociedad enviada a crear un Estado portugués más allá del mar.
Los había desde nobles caballeros hasta marginados y los escalones más bajos de la sociedad, pasando por buscadores de aventuras y mercaderes extranjeros. Incluso algunas mujeres consiguieron enrolarse. Habían sido elegidos no sólo para navegar y luchar, sino para establecer un nuevo Estado, para colonizar un nuevo mundo: iban para quedarse en los nuevos territorios portugueses.
Roger Crowley narra en su citada obra “Conquerors” con todo detalle cómo la importancia de esta expedición se reflejó en la misa ritual celebrada el 23 de marzo de 1505 en la catedral de Lisboa. El cronista Gaspar Correia dejó un valioso relato de este acontecimiento teatral. Después de la misa, la ceremonia de entrega del estandarte, «de damasco blanco blasonado con la cruz de Cristo en raso rojo, perfilada en oro y orlada con borlas de oro y una estrella de oro»; el rey apareció a través de una cortina para entregar este talismán, que llevaba «el signo de la cruz verdadera», a su virrey, acompañándolo de un largo discurso de bendición y una exhortación a realizar grandes hazañas y «la conversión de muchos infieles y pueblos». Almeida y todos los nobles y capitanes se arrodillaron para besar la mano del rey. A continuación, la suntuosa procesión hasta la costanera, con «Don Francisco de Almeida, gobernador y virrey de la India», y sus capitanes a caballo, la comitiva a pie. Con una atronadora salva de artillería, se izaron las anclas y los barcos se dirigieron a Restelo para una nueva bendición ceremonial en el santuario de Santa María de Belém. “Finalmente partieron el 25 de marzo, día propicio de la Anunciación de la Virgen”.
Entretanto, el fraile enviado por los venecianos con la amenaza del sultán mameluco llegó al rey Manuel. Su respuesta no se hizo esperar: no sólo no se retirarían del Océano Índico sino que, si insistían los mamelucos en provocarle, lanzaría una cruzada por el Mediterráneo para destruir el Cairo y recuperar los lugares santos de Jerusalén. Además, la prueba de que la expansión portuguesa en el Índico no se debía solamente a criterios comerciales sino, sobre todo, la movía el espíritu de cruzada, tantas veces silenciados por la historiografía, se encuentra en la “tasa de cruzada” que el papa otorgó al rey Manuel para dos años, con remisión de los pecados, para todos aquellos implicados en la cruzada.
Por su parte, en la ambiciosa expedición hacia el Índico, Almeida no sólo iba a ser el capitán mayor. También se le concedió el elevado título de virrey, nominalmente con poder ejecutivo para actuar en lugar del rey. Lo que esto significaba en la práctica se explicaba en el regimento, las instrucciones que le daba el rey. Tras navegar alrededor del Cabo, Almeida recibió la orden de hacerse con el control de la costa Swahili, la costa oriental de África. El método recomendado consistía en llegar con apariencia de amistad, atacar las ciudades por sorpresa, encarcelar a todos los mercaderes musulmanes y apoderarse de sus riquezas. Había que construir fuertes y controlar las fuentes de oro, necesarias para comerciar en la costa malabar a cambio de especias. Iba a ser una misión de guerra, disfrazada de paz. Las ciudades de Mombasa y Kilwa (en los actuales Estados de Kenia y Tanzania, respectivamente) se resistieron a pactar el vasallaje que Portugal trataba de imponer. Kilwa, como explica la historiadora Mónica Batlle, era un punto especialmente importante, puesto que controlaba el comercio del oro que llegaba desde Sofala, en el interior continental. Tanto Kilwa como Mombasa fueron tomadas por la fuerza, ésta última arrasada por el fuego, convirtiéndose en vasallas de Portugal y obligadas a pagar tributo al rey luso.
Entre 1503 y 1507, todas las ciudades costeras, menos Mogadiscio (en la actual Somalia), fueron atacadas y sometidas, generalizándose en todas el cobro de tributos. Portugal no buscaba una colonización física, sino establecer enclaves comerciales como los puertos de la costa malabar en las ciudades-estado swahili.
Hacia el norte, debía construirse otro fuerte en la desembocadura del Mar Rojo o cerca de ella y cerca del reino del Preste Juan, para ahogar el comercio de especias del sultán mameluco y garantizar que «toda la India quedara despojada de la ilusión de poder comerciar con nadie más que con nosotros mismos». Dos barcos patrullarían permanentemente la costa africana hasta el Cuerno de África.
Almeida debía exigir en los puertos costeros un tributo anual al rey de Portugal; ordenar a estos estados que rompieran toda relación comercial con los mercaderes árabes de El Cairo y el Mar Rojo; capturar toda la navegación musulmana a lo largo del camino. Para pagar todo esto, debía garantizar el embarque completo y la pronta salida de las flotas anuales de especias.
En las costas del subcontinente indio, Almeida debía construir cuatro fuertes más: en la isla de escala, Anjediva, como centro de apoyo y aprovisionamiento, y en las ciudades amigas de Cannanore, Quilon y Cochin.
Desde la base del puerto de Cannanore, Almedia se dedicó diligentemente a la construcción de la infraestructura necesaria para el establecimiento de una colonia: construyó un fuerte, un hospital, una aduana y toda la infraestructura requerida para la administración imperial; se alzaron también viviendas, capillas e iglesias. La seguridad marítima se mantenía por medio de una fuerza naval permanente.
La ambición de Manuel no acabó ahí. Después de ocuparse de los barcos de las especias, el virrey recibió la orden de abrir nuevas fronteras «descubriendo» Ceilán, China, Malaca y «cualesquiera otras partes que aún no hayan sido conocidas». La distancia, empero, con la India, y la tardanza de la comunicación, llevaron a Manuel a plantearse serias dudas sobre la eficiencia de Almeida, hasta el punto de que decidió reemplazar al hombre al que había prometido total confianza por Afonso de Albuquerque tan sólo un año después, en 1506. Las condiciones de Albuquerque, sin embargo, no eran las mismas que las de Almedia: mientras éste último había sido nombrado virrey, Albuquerque recibió el título inferior de gobernador. Albuquerque se dedicó con empeño en acabar con la presencia y el comercio musulmán en las orillas de la península arábiga y el Mar Rojo. El estado de guerra era constante tanto en la costa arábiga como en las orillas del subcontinente indio.
En los puertos de Kochi y Cannanore, mujeres locales hindúes de casta baja comenzaron a contraer matrimonio con portugueses, produciéndose una progresiva cristianización de la sociedad que alimentaba el odio de los musulmanes que habitaban estos enclaves. Cuando los egipcios se hicieron en 1507 con el importante puerto comercial de Diu, uno de los puertos clave del comercio gujarati, los portugueses tardaron dos largos años en poder llegar allí para conquistar el lugar, implicados como estaban en una larga batalla sin cuartel contra los mamelucos en Ormuz. En febrero de 1509, los portugueses llegaban a Diu, seguros de poder hacerse con toda la India si lograban conquistar este puerto estratégico. Viendo que las naves musulmanas no salían a enfrentarles, el virrey Almeida envió una misiva a los capitanes de su flota que decía: “Señores, los sarracenos no saldrán, ya que hasta ahora no lo han hecho. Por eso, recordando la Pasión de Cristo, estad atentos a la señal que haré cuando empiece a soplar la brisa marina, e iremos a servirles el almuerzo; y, sobre todo, os recomiendo que tengáis mucho cuidado… de escapar del fuego, por si los musulmanes lo prenden a sus propios barcos para quemarlos con los vuestros o para arrastraros a la orilla cortando los cables de sus anclas”. Almeida había compuesto un mensaje retórico y conmovedor, grávido de un sentido de guerra santa, que proseguía: “Don Francisco de Almeida, virrey de la India por el altísimo y excelentísimo rey Don Manuel, mi señor. Anuncio a todos los que vieren mi carta, que … en este día y a esta hora estoy en la orilla de Diu, con todas las fuerzas que tengo para dar batalla a una flota del Gran Turco que él ha ordenado, la cual ha venido de la Meca para combatir y dañar la fe de Cristo y contra el reino del rey mi señor».
Con su tradicional grito de guerra de «¡Santiago!», los portugueses desplegaron sus banderas. Los barcos se adentran en el canal al son de las trompetas y los tambores. Los cañones musulmanes se prepararon en la orilla de una isla al otro lado del canal mientras la flota pasaba. Almeida había elegido su barco más antiguo, el Santo Espirito, para encabezar la marcha. El Santo Espirito fue bombardeado y se abrió fuego hacia todas bandas. Finalmente, los portugueses vencieron en aquella batalla decisiva, aniquilando a la flota musulmana rival, compuesta de turcos, egipcios y abisinios.
Roger Crowley afirma que “no se sabe exactamente cuándo o por qué Albuquerque decidió atacar Goa, pero los hechos muestran que, semanas después de arrasar finalmente Calicut a inicios de 1510, elaboró un plan para una ambiciosa campaña de conquista. Goa, situada en una fértil isla entre dos ríos, era el puesto comercial más estratégico en la costa oriental de la India; pero este enclave no había estado nunca en los planes portugueses. Se encontraba en la línea divisoria de dos poderes rivales: al norte, el reino musulmán de Bijapur y al sur, sus rivales, los rajás hindúes de Vijayanagar. A lo largo de los siglos, el control sobre Goa había cambiado de manos en repetidas ocasiones. Se trataba de una tierra muy fértil, con un profundo puerto al abrigo de los monzones y la misma ciudad de Tiswadi (o isla de Goa) permitía cargar impuestos sobre los bienes importados y exportados en sus puestos aduaneros, siendo el lugar perfecto para el comercio de especias. Y, sobre todo, Goa había sido elegida por los musulmanes como base estratégica para el contrataque contra los “francos” (portugueses). La conquista de Goa fue sencilla para los portugueses. El 1 de marzo de 1510, el gobernador tomó posesión de la isla con gran ceremonia, y Albuquerque se dedicó a la creación de la Goa portuguesa con gran celo. A diferencia de los enclaves portuarios comerciales fundados hasta entonces, Goa iba a ser la primera adquisición territorial de los portugueses en Asia.
Los portugueses acuñaron los cruzados, un reluciente disco de oro con la cruz en una cara y en la otra una esfera armilar, símbolo del rey portugués, para dinamizar el comercio.
Albuquerque había prometido inicialmente libertad religiosa en Goa, pero en lugar de ello, retrocedió horrorizado ante la práctica de la inmolación de viudas hindúes en las piras funerarias de sus maridos y la prohibió. El sentido subyacente de la misión cristiana y su propia obcecación también le llevaron a ordenar ejecuciones sumarias que iban a provocar disturbios. El gobernador reconstruyó también el fuerte de Goa, ya que los musulmanes esperaban la oportunidad de asediar la isla. Los habitantes locales, hindúes y musulmanes, podían alinearse con los invasores en cualquier momento, así que Albuquerque y sus hombres debían estar alerta. Se desató en mayo de 1510 una feroz batalla entre los portugueses y fuerzas musulmanas, que se extendió hasta el mes de diciembre. Los portugueses vencieron, y lo que se desarrolló después sorprendió al mundo por la reconsideración Albuquerque. Aquí es importante hacer un inciso para enfatizar cómo, frente a lo que Roger Crowley considera una “genial estrategia”, lo que había en la mente del gobernador era un pensamiento de civilización cristiana, de Cristiandad.
Albuquerque – en palabras de Roger Crowley -, “consciente de lo escasos que eran los portugueses, de su elevada tasa de mortalidad y de su falta de mujeres, se lanzó de inmediato a promover una política de matrimonios mixtos, fomentando la unión de la tropa portuguesa -soldados, albañiles, carpinteros- con mujeres locales. Por lo general, se trataba de hindúes de casta baja, que eran bautizadas y a las que se concedía dote. Los casados también recibían incentivos económicos por contraer lazos matrimoniales. A los dos meses de la reconquista de Goa, había concertado doscientos matrimonios de este tipo. Esta política era pragmática en su intento de crear una población local cristianizada y leal a Portugal, pero Albuquerque también mostró cierta preocupación ilustrada por el bienestar general de las mujeres de Goa, al concederles derechos de propiedad. Su política matrimonial puso en marcha la creación de una sociedad indo-portuguesa duradera”.
Respecto al párrafo anterior, considero que Crowley realiza una fabulosa labor documental, pero incurre en el error común del presentismo, aplicando su perspectiva moderna a las ideas de Albuquerque, y viendo estrategia y “pensamiento ilustrado” en su política hacia las mujeres en lo que es tan sólo una aplicación de la cosmovisión cristiana.
Volviendo a los acontecimientos en la costa malabar, los portugueses no lograron vencer definitivamente a los musulmanes hasta 1512. Fue entonces cuando los poderes locales circundantes asumieron que la presencia portuguesa sería permanente y comenzaron a enviar embajadores a Goa. Incluso llegó hasta allí un enviado del rey cristiano de Etiopía, con interesantes propuestas para luchar juntos en el Mar Rojo y hasta la orilla mediterránea contra el Islam.
En 1514, el rey portugués Manuel envió una impresionante comitiva al Papa, compuesta de hombres, animales exóticos (panteras, leopardos, loros, elefantes y hasta rinocerontes) y regalos para el pontífice.
Y en 1517 explotó en el centro de Europa la herejía protestante, que en pocas décadas rompió la Cristiandad. Así pues, como acertadamente definió Francisco Elías de Tejada, estas primeras décadas del siglo XVI eran ya tiempos de crisis en la Cristiandad Mayor (christianitas maior), la civilización cristiana que alcanzó su apogeo en el siglo XIII. Los siglos XIV y XV vieron desarrollarse los gérmenes de la herejía protestante y su consecuencia, la ruptura de la Cristiandad y la irrupción de la modernidad: nominalismo, devotio moderna, humanismo y Renacimiento; cuestiones que no harían más que agravarse en los siglos siguientes. La ruptura religiosa y por, tanto, de la cosmovisión de la Cristiandad, tendrían repercusiones en el Imperio portugués de Ultramar, puesto que, a partir de 1517, los portugueses tendrían que enfrentarse principalmente a los holandeses, protestantes, como sus principales adversarios en alta mar.
Para concluir, vemos que la situación que hallaron y hubieron de batallar los portugueses en el Océano Índico fue muy diferente a la que encontraron los españoles al llegar al continente americano. Mientras los segundos hallaron pueblos paganos, con alto desarrollo técnico en algunas áreas y prácticas inhumanas y salvajes en otras, los portugueses fueron a la guerra contra un fiero Islam, enemigo religioso y comercial que, con alianzas estratégicas con hindúes y otros paganos, les opusieron feroz resistencia durante décadas en el Océano Índico. El espíritu y objetivo de cruzada resulta meridianamente claro en estas narraciones, por mucho que la historiografía académica pretenda siempre resaltar que se trató de una empresa eminentemente comercial.
*Referencias bibliográficas
- Abellan, P., 2002. “Introducción al estudio del Océano Índico como conjunto cultural. Revisiones historiográficas y nuevas propuestas”. Investigación para la obtención del DEA, 2000/2002.
- Crowley, R., 2005. “El mar sin fin”, ed. Ático Libros.
- Elías de Tejada, F., 2021. “Le radici della modernità”, Collana di Studi Carlisti, Solfanelli.
- Iniesta, F., et al., 1989. “Informe: África desconocida, los Swahili”, Historia16, año XIV.
- Olivera Ravasi, J.,2018. “Que no te la cuenten. La falsificación de la Historia”. Vol III. Ed. Katejon
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