La Dra. Rosillo afirma que "las fórmulas por las que las monjas recibían asistencia y se colocaban bajo la jurisdicción de los frailes no siempre cumplieron la sencilla promesa que Francisco hizo a Clara (2013, p. 176)". También en el capítulo primero de la regla de Clara se establece lo siguiente: “la forma de vida de la Orden de las Hermanas Pobres, instituida por el bienaventurado Francisco (…). Clara (…) promete obediencia y reverencia al señor papa Inocencio IV y sus sucesores elegidos canónicamente, y a la Iglesia romana (Omaecheverría, 2004, p. 273). La documentación ha arrojado por el momento poca luz sobre las primeras clarisas de Manresa, y en 2013 afirmaba Araceli Rosillo que no se había encontrado todavía rastros legislativos que asegurasen qué regla era la que configuraba la vida en comunidad (Rosillo, 2013, pp. 177-78), pero “por la denominación que aparece siempre en los documentos (“abbatissa et conventum”) y por el hecho de ser una fundación cronológicamente tardía, parece probable seguir la exposición de Triviño y considerar que se regían por la regla de Urbano IV (Triviño, 2005, p. 65). Parece ser que, tras la muerte de san Francisco, las instituciones del cardenal protector y del visitador fueron frecuentemente focos de conflictos entre el papado y los prelados de la Orden (Omaechevarría, 1973, pp. 139-141). Por lo que se sabe, los frailes de Manresa estaban bajo la jurisdicción de la Custodia de Barcelona y ya desde 1297 tenían un procurador (Webster, 1987, p. 129). Las religiosas se encontraban bajo la obediencia y jurisdicción de su confesor (Sanahuja, 1959, p. 815).
De
los dos frailes que la documentación menciona para el año 1322 (Rosillo, 2013,
p. 177), sin convento y residiendo en Manresa, según afirmación de Webster, "para servir al convento de Clarisas",
la comunidad de frailes franciscanos vinculada a Santa Clara de Manresa creció
y se documenta que estuvo formada, a lo largo de toda la existencia de las
monjas, por 49 hombres (cifra registrada en sendos documentos de 1373 y 1396
respectivamente), hecho que según la Dra. Araceli Rosillo confirma la “lógica y
necesaria existencia” de un conventet. Dicho espacio, afirma Rosillo
(2016, p.258) aparece mencionado en un documento en octubre de 1401
que dona a los frailes confesores de las hermanas de Santa Clara unas ropas de
cama y telas “para cuando estén enfermos o para el uso de cualquier hermano que
esté de paso en Manresa alojado en la casa del confesor, situada al lado del
monasterio”. Analizando este documento, Rosillo afirma que “no parece un espacio
demasiado grande, pero sí suficiente para albergar a frailes itinerantes”
(Rosillo, 2016, p. 258). Entre los 49 frailes documentados en Manresa podemos
distinguir cuatro categorías: los confesores, los maestros en teología, los que
actuaron como testigos en la documentación de las hermanas y el visitador.
Comentemos
por el momento que parece una “comunidad” de franciscanos grande, que no se
corresponde con el concepto de “conventet” visto en Pedralbes, y que aloja a
“frailes itinerantes”, concepto de nuevo muy interesante y novedoso con
respecto al conventet de Pedralbes. Al respecto, Araceli Rosillo afirma que “por
las características de la ubicación del monasterio, en la vía que va hacia Barcelona,
podría decirse que el conventet era un lugar de paso en la itinerancia
de los frailes que predicaban entre Barcelona y Girona y, además, albergaba una
pequeña comunidad de frailes, dos o tres de forma permanente según aparece en
las firmas, que asistían a las monjas con buenos libros de Sagrada Escritura. En
base a la documentación, parece que algunos de los frailes de la comunidad de
Santa Clara estarían ordenados, hecho que no siempre ocurría y hacía necesaria
la presencia de sacerdotes para realizar los oficios litúrgicos y administrar
sacramentos (Rosillo, 2016, p. 264).
Parece
pues, que en su desarrollo de la relación con los frailes la comunidad de
Manresa vivió la primitiva fraternidad franciscano-clariana que prometió
Francisco y que pedía Clara en su regla, o al menos es lo que puede desprenderse
de los documentos (Rosillo, 2016, p. 265). Asimismo, es importante destacar
que, en virtud de la regla urbanista (capítulo XX), los beneficiados y otros
capellanes que atendían espiritualmente a las monjas debían obediencia a la
abadesa (Rosillo, 2016, p. 268).
Como es lógico debido al servicio sacramental requerido por las monjas por parte de los frailes y la costumbre y legislación establece, aparecen en la documentación de Manresa referencias a diversas relaciones entre la comunidad y algunos frailes. Aparece por ejemplo mencionado en la documentación como segundo confesor de la comunidad femenina fray Pere ça Vila, que consta vinculado a las monjas desde 1342 y como confesor aparece por primera vez en 1386 hasta 1406. Araceli Rosillo afirma que "sabemos por un documento de 1396 que es consanguíneo de sor Nicolaua ça Vila y también que antes de venir a Manresa fue guardián del convento de Berga". "Por lo que se desprende de la documentación - continúa Rosillo-, el cariz de la relación entre el fraile y las monjas es de ayuda y colaboración: durante toda su presencia documental, especialmente entre 1386 y 1394, se consignan diferentes cesiones de rentas por parte de las monjas. En un determinado momento, con el objetivo de liquidar los préstamos que, de forma asidua, el fraile otorga a la comunidad para comprar alimentos, las monjas no tienen otra opción que realizar cesiones". Si bien estas actividades no son las habituales relacionadas con la cura monialium es evidente que el fraile está ayudando a las monjas a subsistir materialmente. A partir de este episodio, afirma la Dra. Araceli Rosillo que "podemos concluir que la relación entre las monjas y los frailes de Manresa no estuvo marcada por la rigidez de la clausura sino que albergó diversos tipos de actividades y también a frailes de distintos lugares del Principado - Girona, Berga, Barcelona -, algunos de ellos con un gran nivel cultural". No encuentro la lógica de este argumento, puesto que esas relaciones con frailes no parecen alterar la clausura de las monjas.
Como tampoco parece ser el caso de Balaguer, como veremos en el siguiente capítulo, ni tampoco fue el de Pedralbes, como vimos, la construcción de cuyo conventet se basó en la lejanía física del convento masculino.
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